Gioacchino Rossini (1792/1868) es uno de los músicos más famosos
del siglo XIX. En España tuvo gran popularidad, tanto por sus óperas “bufas” como por sus aportaciones
al mundo de la ópera “seria”, y
siendo muy poco posterior a Mozart y contemporáneo de Beethoven, se le consideraba “el mejor músico de todos
los tiempos”…
Al contrario que otros
compositores de su tiempo, Rossini tuvo fama y riqueza desde el principio. El “Cisne de Pésaro” era gran aficionado a
la gastronomía y otros placeres…
A la edad de 37 años, tras el estreno de “Guillermo Tell” en
1829, Rossini entró en una larga etapa de inactividad creadora.
Tras veinte años de una
brillante actividad de producción, se sumió en un período de sorprendente vacío
en los cuarenta años que transcurrieron hasta su muerte en 1868.
Aunque no volvió a
componer otra ópera, no abandonó el mundo musical y se hizo cargo de la
dirección del Théâtre-Italien de París y del Liceo de Bolonia, y siguió componiendo algunas obras breves.
Son muchas las teorías
que tratan de dar respuesta a este silencio en un artista consagrado, desde el
hastío hasta la falta de necesidad, dada la riqueza que ya había acumulado, algunos
creían incluso que temía compararse a los nuevos talentos musicales…
Lo cierto es que, ya
mayor, Rossini comentaba “Después de Guillermo Tell, un éxito más en
mi carrera no añadiría nada a mi prestigio; en cambio, un fracaso podría
afectarlo. Ni tengo necesidad de más fama, ni deseo exponerme a perderla”.
En Economía, y en el
Mundo de los Negocios, ¿No deberían aplicar esta reflexión?
Mark
de Zabaleta